14 marzo, 2008

A la intemperie






Hubo un hombre, un perro.
Al hombre, y al perro.



" En algún otro lugar

se nutrirán de calor mis gestos de lobo.
Aúllo algunas noches para cobijar
el dolor de un hombre a la intemperie
Cuando siento la nieve
sobre mi pelaje.

Seguirán los mirlos bebiendo en el estanque.

No rozarán mis fauces tu piel marcada."


Pensó el perro.


Ya no nieva, mas sigue siendo invierno en la ciudad errada.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

NEVADA (CON PERRO)

Yo te oí, perro, siempre
J. R. J.

No nieva en la ciudad, es sólo la añoranza de la nieve. Es la contradicción, el copo que no cae y es copo que se eleva, aparición del mundo antes de ser pautado en blanco y negro por los ojos. Todo lo mira el perro masticando sin mirar lo que es la nieve, algo fuera de él que escapa en la respiración y no alimenta. No es nieve lo que sube en ráfagas desde la tierra o nieve lo que baja desde el cielo. Hubo quien levantó nevadas de papel del suelo al aire y no supo pesar la nieve en sus fragmentos, sólo verificable en quien la pisa. En la fascinación del perro por la nieve, blanca y no blanca, impura como luz que ya no es luz desde lo alto. Y un perro que es ya muchos perros sin saber si el agua le llega a la boca o mana de su frente. No hay unidad del perro sin la nieve, sin esa red que teje el agua en sus extremos. No le fascina al perro lo que cae, sino la huella de una mano que no encuentra; la mano que recoge el excremento y niega altura y dimensión al tacto. El perro es aire ya. Cae un agua lustral que fuera blanca. Y la nieve está en los montes.

Carlos (quién fuera pareja de ese perrito canela tirando de un trineo que trazara paralelos!!!).

Paralelo 49 dijo...

Es difícil de expresar la proporción de la belleza. Lo que nos gusta, lo que nos da, lo que nos supone. Lo que nos afecta.
Su desmesura me deja sin reacción alguna. Sin respuesta.
Hay una resistencia interior que lo ocupa todo en el silencio. La incapacidad momentánea o prolongada que estriba en no encontrar expresable lo que para mí es inexpresable. Esto es lo que sucede cuando me deslumbráis con un poema así.

El perro, Carlos, es un perro de campo. Pertenece a un amigo que vive en el terreno cálido de una isla. Pero ese perro es, como dices tú, todos los perros. También el perro de jauría que vive en las poblaciones australes; El perro semihundido de Goya; el que nunca será de ciudad; el errabundo. El salvado. Me contaron una historia y fui buscar a ese perro que conocí por primera vez la pasada Navidad. No sé su nombre.

Muchas Gracias por Nevada (Con perro). Requiere muchas lecturas. Un placer para mí y para todos los que hacen escala en este lugar.

Anónimo dijo...

Par: la proporción, la mesura, la belleza, la reacción y la única lectura ya estaban ahí mucho antes del poema: eran pura expresión en esa foto. Eran, son, tu mirada.
Cuando miro a ese perro sin nombre me viene a la cabeza una palabra: animal. Hay algo que es nuestro y se nos escapa en el ámbar de esos ojos, algo quizá preservado desde lo arcano para recordarnos que en su brillo, y en que no lo empañe nada, está nuestro futuro.
Carlos.

saiz dijo...

Hago mi visita semanal a tu blog y este perro me evoca los que he tenido en mi vida (bueno, sólo dos), y también un gato. No es una frase original, ya lo sé, pero no por eso deja de ser cierta, que una de las pocas cosas que no puede comprar el dinero es el movimiento de la cola de un perro, o el ronroneo de un gato.

¿Cuántas lágrimas habrán sido derramadas a la muerte de un perro o un gato... aun cuando casi nadie se atreva a confesarlo?

Paralelo 49 dijo...

Es genial Isidro que vengas a recordarnoslo. Muchas gracias por tu visita y que disfrutes estos días.

Un abrazo

Yo he llorado mucho por un perro, pero también por un gato, un conejo, una vaca, una cabra, un pájaro...

Anónimo dijo...

Yo tuve en mi niñez un perro así: él me quiso y yo le quise. ¿Volveremos a encontrarnos?

Paralelo 49 dijo...

Tal vez sí, Fackel.